dissabte, 26 de març del 2011

"Indignez-vous!"


Aquests últims dies he estat llegint alguns llibres que poden resultar interessants pels temps convulsos que corren. "Indignez-Vous" d'Stéphane Hessel es llegeix en una horeta i aporta reflexions de caràcter històric en un exercici de similitud generacional impossible. Us deixo una ressenya amb algunes frases - que no vol dir que les comparteixi - i que fan referència a una comparativa entre el que van fer els "resistents" francesos a la segona guerra mundial i com van preparar l'arribada de la pau i la democràcia, amb la situació actual de crisi econòmica mundial. Hessel, cal dir-ho, posa el dit a la nafra en un aspecte principal que ens diferencia: aquella gent lluitava contra la guerra: tenia uns valors al darrera més enllà dels purament economicistes, condicionats per l'ofensiva totalitària. Avui això dels valors està més associat a la borsa que no als principis morals i ètics (dels quals no em cansaré, cadascú pot tenir els que vulgui, però que no fa falta imposar-los a la resta).

Aquí va el recull de frases del llibre que he preparat. (Espero poder anar recuperant la normalitat del sa exercici de l'escriptura en aquest espai).


“Indignez-vous!” de Stéphane Hessel.

Berlín, 1917. Viu a París des dels 9 anys.

Diplomàtic. Un dels dotze redactors de la declaració universal dels drets humans de les Nacions Unides.

Diu que la indiferència és la pitjor de les actituds devant d’aquest món en crisi. No és partidari de la violència, que veu com un fracàs.

En la segunda guerra mundial, la resistencia propuso una “organización racional de la economía que garantice la subordinación de los intereses particulares al interés general, libre de la dictadura profesional instaurada a imagen de los estados fascistas” y el gobierno provisional de la República recogió el testigo.

Una verdadera democracia necesita una prensa independiente; la Resistencia lo sabía y lo exigió: defendió “la libertad de prensa, su honor y su independencia con respecto al Estado, los poderes económicos o las influencias extranjeras”. Esto es lo que, desde 1944, todavía recogen las ordenanzas de prensa. Sin embargo, es esto, precisamente, lo que a día de hoy está en peligro.

La Resistencia apelaba a “la posibilidad efectiva de todos los niños de beneficiarse de la enseñanza más desarrollada”, sin discriminación.

Los bancos, privatizados, se preocupan en primer lugar de sus dividendos y de los altísimos sueldos de sus dirigentes, pero no del interés general. Nunca había sido tan importante la distancia entre los más pobres y los más ricos, ni tan alentada la competitividad y la carrera por el dinero.

Sartre no enseñó a decirnos a nosotros mismos: “Sois responsables en tanto que individuos”. Era un mensaje libertario. La responsabilidad del hombre que no puede encomendarse ni a un poder ni a un dios. Al contrario, debe comprometerse en nombre de su responsabilidad como persona humana.

Mi optimismo natural, que quiere que todo aquello que es deseable sea posible, me llevaba hacia Hegel. El hegelianismo interpreta que la larga historia de la humanidad tiene un sentido: es la libertad del hombre que progresa etapa por etapa.

Para Walter Benjamin, quien se suicidó en septiembre de 1940 para huir del nazismo, el sentido de la historia es la marcha inevitable de catástrofe en catástrofe.

Evidentemente pienso que el terrorismo es inaceptable, pero hay que admitir que, cuando un pueblo está ocupado con los medios militares infinitamente superiores, la reacción popular no puede ser únicamente no violenta.

No sirve a la causa de Hamas enviar cohetes a la ciudad de Sdérot pero podemos explicar estos actos por la exasperación de los gazatíes. En la noción de exasperación, hay que comprender la violencia como una lamentable conclusión de situaciones inaceptables para aquellos que las sufren. Entonces podría decirse que el terrorismo es una forma de exasperación, y que esta exasperación es un término negativo. No deberíamos exasperarnos, deberíamos esperanzarnos. La exasperación es una negación de la esperanza. Es algo comprensible, casi diría que es natural, pero precisamente por eso no es aceptable. Porque no permite obtener los resultados que puede eventualmente producir la esperanza.

Sartre escribe en 1947: “Reconozco que la violencia, cualquiera que sea la forma bajo la que se manifiesta, es un fracaso. Pero es un fracaso inevitable puesto que estamos en un mundo de violencia. Y si es cierto que el recurso a la violencia contra la violencia corre el riesgo de perpetuarla, también es verdad que es el único medio de detenerla”. A lo que yo añadiría que la no violencia es un medio más eficaz de detenerla.

Apelemos todavía a “una verdadera insurrección pacífica contra los medios de comunicación de masas que no proponen otro horizonte para nuestra juventud que el del consumo de masas, el desprecio hasta los más débiles y hacia la cultura, la amnesia generalizada y la competición a ultranza de todos contra todos” A aquellos que harán el siglo XXI, les decimos, con todo nuestro afecto: “Crear es resistir, Resistir es crear”.

Se considera que de los doce miembros de la comisión encargada de elaborar la declaración universal de los derechos humanos seis desempeñaron un papel destacado:

  1. Eleanor Roosevelt, viuda del presidente Roosevelt, fallecido en 1945, feminista comprometida y presidenta de la comisión;
  2. el doctor Chang (de la China de Chian Kai-Shek, no de Mao), vicepresidente, quien afirmó que la Declaración no debía ser el mero reflejo de las ideas occidentales;
  3. Charles Habib Malik (del Líbano), ponente de la comisión, a menudo presentado junto a Eleanor Roosevelt como la “fuerza motriz”;
  4. René Cassin (Francia), jurista y diplomático, presidente de la Comisión Consultiva de derechos humanos ante el Quai d’Orsay, a quien se debe la redacción de diversos artículos, así como haber sabido lidiar con el temor de ciertos estado, incluida Francia, que veían su soberanía colonial amenazada por esta declaración –tenía una concepción exigente e intervencionista de los derechos humanos -;
  5. John Peters Humphrey (Canadá), abogado y diplomático, colaborador cercano de Laugier, que escribió el primer borrador, un documento de cuatrocientas páginas,
  6. Y, finalmente, Stéphane Hessel (Francia), diplomático, jefe de Gabinete del propio Laugier, el más joven.

La declaración fue adoptada el 10 de diciembre de 1948 por las Naciones Unidas en el palacio de Chaillot, en París.